Amo mis días en casa. Es mi castillo, mi refugio, mi espacio seguro.
Vivo sin máscaras, sin complejos. Soy feliz de ser quien soy.
Mi rutina diaria no es aburrida. Al contrario, es un espacio para divertirme, para hacer lo que me gusta y reflexionar sobre lo que debo hacer mejor.
Soy libre de hacer lo que quiera con mi vida.
Reconozco mis errores, no me avergüenzo de mi pasado y estoy orgullosa de tomar ahora mejores decisiones.
Soy como soy y me siento feliz de que no haya nadie como yo.
Mi cuerpo es mi templo. Es un regalo que debo cuidar y proteger. He aprendido que la edad no es un obstáculo para lograr los cambios que he querido en mi vida. La juventud la llevamos en el alma.
He notado que una sonrisa puede cambiar el día de una persona. Trato de sonreír siempre y llevar amistad y buenas vibras a los demás.
Le doy la espalda a las cosas negativas, a lo que roba mi energía. Me convertí en una persona selectiva.
La vida es muy corta, cruelmente corta. Por tanto tenemos la obligación de ser felices. Es un error pensar que la felicidad es una meta a futuro, que es para después, para cuando las cosas estén mejor.
El ejercicio es parte de mi rutina, de mi vida diaria. Me es indispensable.
La cámara fotográfica me permite capturar momentos intensos y perdurables. Escenas que nunca se borrarán.